domingo, 29 de septiembre de 2013

EL HASTÍO Y EL ESTANCAMIENTO DE ESPAÑA

Habitualmente me cuesta decidirme a escribir sobre España, quizás por todo lo que de cansino, reiterativo y estúpido tiene la vida política española, que siempre me produce esa impresión de déjà vu que todos hemos vivido alguna vez. Basta como ejemplo de ello releer a quienes fueron testigos de su tiempo y supieron narrarlo con acierto y brillantez. Así ocurre con Benito Pérez Galdos, cuyas novelas me fascinaron cuando apenas me asomaba a la vida adulta. Aquella primera lectura de sus "Episodios Nacionales", marcó el camino de otras muchas curiosidades y lecturas. Y como recordatorio de la existencia de esa repetición o estancamiento de la vida pública española, que supo recoger Galdós y que tanto hastío me produce, quiero compartir con quienes me lean un texto de Galdos que pareciera escrito, no a finales del S. XIX, sino del S. XX.

Fragmento del último capítulo del episodio número 46 de los “Episodios Nacionales” titulado "Cánovas"[1].

“Cuando, a fines del 74, te anuncie en una breve carta el suceso de Sagunto, anticipé la idea de que la Restauración inauguraba los tiempos bobos, los tiempos de mi ociosidad y de vuestra lasitud enfermiza. La sentencia de mi buen amigo Montesquieu, dichoso el pueblo cuya Historia es fastidiosa, resulta profunda sabiduría o necedad de marca mayor, según el pueblo y ocasión a que se aplique. Reconozco que en los países definitivamente constituidos, la presencia mía es casi un estorbo, y yo me entrego muy tranquila al descanso que me imponen mis fatigas seculares. Pero en esta tierra tuya, donde hasta el respirar es todavía un escabroso problema; en este solar desgraciado, en que aún no habéis podido llevar a las leyes ni siquiera la libertad del pensar y del creer, no me resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra realidad que la de estar pintada en los techos del Ateneo y de las academias.

La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza y su incapacidad para dar practica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevarán a la consunción y a la muerte.
Ilustración del semanario "La Flaca" 1877
Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose, hipócritas, en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearan una Nación; no remediaran la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizaran el malestar de las clases proletarias. Fomentaran la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y, por último, hijo mío, veras, si vives, que acabaran por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.

Alarmante es la palabra revolución. Pero, si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu nación. Declaraos revolucionarios, díscolos, si os parece mejor esta palabra; contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegareis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento...

Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclio... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro... me duermo...
 

[1] Los protagonistas son Tito Liviano y Mariclío. El primero, curioso testigo de la Historia de España, y la segunda, diosa o musa de la Historia. Tito observa, comenta y escribe los acontecimientos históricos, siempre al servicio de su musa, que, en recompensa, le proporciona el sustento material y los contactos precisos para que lleve a cabo su tarea. En este fragmento Mariclío se dirige a Tito en referencia a la nación española.

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