sábado, 28 de diciembre de 2013

LA MANO DIESTRA DEL CAPITALISMO, DE LEO STRAUSS AL MOVIMIENTO NEOCONSERVADOR (IV).


La política exterior de EE.UU. en la encrucijada: entre el enfrentamiento y la distensión.


Ronald Reagan
Al apoyo de los neoconservadores a Reagan, se unió la facción más conservadora y tradicionalista del Partido Republicano, descontenta por la decisión del Presidente Ford de nombrar como vicepresidente a Nelson Rockefeller, que era un destacado miembro del establishment izquierdista. Reagan necesitaba a  los neoconservadores y a la Nueva Derecha Cristiana para ser elegido, lo que finalmente logró, gracias al apoyo de neoconservadores y fundamentalistas religiosos.

Con la llegada de Reagan a la casa Blanca, se impuso la dialéctica del conflicto de la “Guerra Fría”, la maniquea división de los países en buenos y malos, o entre amigos y enemigos en clave schmittiana, lo que  sumado a la distinción que hacía la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Jeane Kirkpatrick, entre “Estados autoritarios” y “Estados totalitarios”, hizo que la administración Reagan terminara apoyando a las dictaduras que implantaron brutalmente en Hispanoamérica y en Asia las recetas sociales y económicas de la “Escuela de Chicago”, con el único fin de darle a los Estados Unidos el liderazgo militar, político y económico sobre el llamado “mundo libre”. La concepción ideológica que Estados Unidos mantenía en la ONU a través de la embajadora Kirkpatrick, hacía que se considerase a las dictaduras no comunistas como países autoritarios tolerables, y a los comunistas o no alineados como totalitarios e intolerables, en los que era obligado intervenir para contener la influencia soviética, y si era posible derrocar a sus gobiernos. El objetivo de esta política era según el Secretario de Estado Alexander Haig, la defensa de la civilización judeo-cristiana frente al comunismo ateo. Este argumento neoconservador de la no equivalencia moral entre la URSS y los EE.UU., lo hizo suyo Reagan en su discurso ante la Asociación Nacional de los Evangelistas del 8 de marzo de 1983, cuando denunció a la Unión Soviética como el “Imperio del Mal”

No obstante, la tensión en el interior del gobierno entre los “idealistas” neoconservadores y los “realistas políticos” seguidores de la política de distensión de Kissinger, se produjo desde el primer día de la presidencia de Reagan. El “realista” primer Secretario de Estado del presidente Reagan, Alexander Haig, intentó imponer una vía de negociación con la URSS, a pesar de la reticencia del presidente y de los neoconservadores. Desde su nombramiento, Haig intentó protagonizar la política exterior de los Estados Unidos, pero chocó frontalmente con las intenciones de Reagan, que en contra del precedente sentado por sus predecesores, no estaba dispuesto a abandonar su protagonismo internacional en beneficio de sus Secretarios de Estado. Esta colisión de pareceres, sentó las bases de la incompatibilidad personal entre Haig y Reagan que concluiría con la salida del gobierno de  aquél.

Los neoconservadores convencieron a la opinión pública de que para lograr la hegemonía mundial, el “soft power” formado por las políticas de distensión de Kissinger e interdependencia de Carter eran dos fracasos, lo que en parte era cierto, por lo que lo lógico y hasta deseable era que se oscilara en sentido contrario, basando la política exterior de Reagan en el “hard power”. La receta neoconservadora estaba clara: rearme, unilateralismo, confrontación, moralismo idealista y liderazgo.

Respecto al Viejo Continente, los neoconservadores criticaban la postura “realista” de Haig, que pretendía mantener el acercamiento paulatino entre bloques en Europa, producido a partir de la “Ostpolitik” de Brandt como parte del período de distensión de Kissinger. Para ellos la política atlántica de los Estados Unidos debía residir en una demostración de liderazgo norteamericano en la lucha contra los soviéticos, obligando a los europeos a seguir las pautas norteamericanas, aún contra su voluntad y con independencia  del daño que dicha coacción pudiera causar a la relación con el viejo continente. Finalmente alcanzaron este objetivo cuando Haig fue cesado en el Departamento de Estado.

El unilateralismo que preconizaban los neoconservadores, se reflejó en la política seguida respecto de los organismos internacionales, estableciendo una relación distante y poco cooperativa, lo que se traslucía, entre otras medidas, en la disminución de la aportación financiera a los mismos, y en la retirada de algunos organismos  subsidiarios de la ONU en los que no podía imponerse, con la excusa de que estos se habían “politizado”.


Albert Wohsletter
En cuanto al rearme, si la guerra era necesaria para el éxito de la política estadounidense, los intentos de controlar la proliferación nuclear y el control armamentístico, sólo podía contribuir a debilitar a los EE.UU. A esta conclusión había llegado tiempo atrás el estratega de la guerra fría de la Universidad de Chicago y la Rand Corporation. Albert Wohlstetter, un neoconservador partidario de la amenaza de la fuerza, al que se le atribuye la expresión “el delicado equilibrio del terror” para referirse a la política exterior propia de la Guerra Fría. En palabras del antiguo director de la CIA y ferviente neoconservador James Woolsey: “Esta cuarta guerra mundial durará, según creo, mucho más de lo que duraron para nosotros la Primera y la Segunda Guerra mundiales. Esperemos que no sean las más de cuatro décadas de la guerra fría”. 

El carácter de la política exterior de Reagan se pone de manifiesto en los dos proyectos a los que el propio Presidente dio prioridad, hasta convertirlos en los rasgos distintivos de su Administración: la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) también conocida como “Guerra de las Galaxias” y la Doctrina Reagan. La IDE rompía con la noción de equilibrio estratégico buscando lograr una superioridad estratégica que tiene una justificación puramente ideológica: el predominio de la potencia pacífica y democrática. 

La “Doctrina Reagan” legitimaba el uso de la fuerza como parte integrante y oficial de la política exterior norteamericana. Reagan la resumió en dos puntos: 1°. Los Estados Unidos difundirán la democracia en todas partes del mundo, sin descartar para ello el uso de su poderío naval y aéreo; 2°. El terrorismo es una forma de guerra "de baja intensidad"; por consiguiente, los Estados Unidos se consideran en guerra, y responden a su vez con formas de guerra "de bajo riesgo". Y en un discurso ante la Cámara de Comercio Norteamericana, Reagan dijo proféticamente que: "El viento de la libertad soplará en todo el mundo, desde las Filipinas hasta América Latina"[1].

La nueva doctrina reaganiana incluía presiones directas sobre los aliados europeos de la OTAN. El general Vernon Walters, antiguo jefe de la CIA y embajador de Estados Unidos ante la ONU en aquel momento, les hizo saber que los EE.UU. esperaban su apoyo irrestricto: "La respuesta de un solo país no es suficiente contra el terrorismo internacional". Ante la presión, los europeos cedieron y siguieron la política de sanciones económicas a los países que los EE.UU. había designado como enemigos: Libia, Irán, etc. 

Pero la clave de la doctrina Reagan no estaba en los aliados de Estados Unidos, sino en su adversario: la Unión Soviética. Se trataba de hacerle saber a esta que los Estados Unidos se consideraban la única potencia mundial, y no le concedían a la URSS más que la categoría de "potencia regional". El resultado fue contraproducente: los soviéticos, venían manteniendo en el Mediterráneo un "perfil bajo" (“low profile”, en la jerga geopolítica), y proponían a Estados Unidos el retiro simultáneo de sus flotas de ese mar, una oferta que fue de rechazada de inmediato por Reagan. 

No obstante lo anterior, la política de enfrentamiento de los neoconservadores en el gobierno de Reagan, tuvo sus excepciones como cuando levantó el embargo a los cereales de la Unión Soviética en 1981, como resultado al levantamiento soviético  del veto a la emigración a Israel de los judíos de origen ruso. 
Francotirador y auxiliar del U.S.M.C. en Líbano en 1982
Tampoco puede decirse que la política exterior de Reagan inspirada por los neoconservadores fuera implacable en la persecución del objetivo de “difundir la democracia”. Prueba de ello es que vendió armamento avanzado a Arabia Saudita, apoyó a todas las dictaduras siempre que fueran anticomunistas, retiró las tropas de Líbano en 1983 cuando vio que estaban en aprietos, o apoyó al Irak de Saddam Hussein contra los revolucionarios de Irán. La "Doctrina Reagan" fue una manera rentable de presionar a la Unión Soviética, más que un intento de exportación de la democracia liberal americana. 

La política exterior de EE.UU. en la era Reagan. El papel de los neoconservadores. 

Ronald Reagan, interpretaba la realidad política a la luz de las amenazas “descubiertas” para el “Mundo Libre” por el grupo de Daniel Pipes, y del cumplimiento de las profecías bíblicas que situaban a la Humanidad en los ”últimos días” previos al Apocalipsis. Y con la llegada de Reagan a la presidencia, neoconservadores como Paul Wolfowitz, Richard Perle o Richard Pipes obtuvieron la oportunidad de usar el poder para poner en práctica sus planes de cambiar el curso político de los Estados Unidos. Pero lo cierto es que, una vez llegaron al poder, sus problemas no habían terminado, Reagan no era favorable a la opción del enfrentamiento político y bélico con la URSS, sin antes haber intentado conseguir la victoria en la ”Guerra Fría” por medios diplomáticos. En los primeros meses de la presidencia de Reagan, las relaciones con la URSS no habían alcanzado los altos niveles de hostilidad a los que más tarde se llegaría, y las reacciones de Reagan respecto del bloque soviético aún eran moderadas. De hecho, cuando se declaró la ley marcial en Polonia en el año 1981, para los neoconservadores la reacción de Reagan fue bastante tibia, ya que sólo se retrasó el anuncio de las negociaciones de desarme START con los soviéticos, y se habló de la inexistencia de condiciones para que se diera una cumbre entre Reagan y el líder soviético Breznev. Norman Podhoretz llegó incluso a acusar a Reagan de ser más blando que Carter, que tras la invasión soviética a Afganistán se había limitado a imponer un embargo sobre el cereal soviético y declaró el boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú.

Pero las cosas cambiaron muy pronto, ya que muchos de los integrantes del “Team B” de los tiempos de Nixon, habían pasado a formar parte del Departamento de Estado y la Secretaría de Defensa con la llegada de Reagan a la presidencia, y Richard Pipes, uno de los más antiguos estudiosos del poder soviético dentro del Consejo de Seguridad Nacional y exdirector del ”Team B”, exponía así el plan neoconservador: “si la acumulación militar de Reagan resulta exitosa, los líderes soviéticos tendrán que elegir entre cambiar pacíficamente el sistema comunista o ir a la guerra”. No obstante, y a pesar de la escalada belicista, la presión del Congreso y de los aliados europeos, obligó a Reagan a retomar las negociaciones con la Unión Soviética, para la reducción de armas estratégicas  START en Abril de 1982. Más allá de las presiones internas y externas que obligaron a Reagan a sentarse en la mesa de negociaciones con los soviéticos en Reykjavic, un rol muy importante pareció tener en la decisión de la firma del Acuerdo START, el “realista” Secretario de Estado George Shultz que sucedió en el cargo a Haig ese mismo año. Por su parte, los neoconservadores mantuvieron su postura inicial crítica a los acuerdos SALT y su negativa absoluta a cualquier forma de negociación, ya que estaban convencidos de que los acuerdos sobre control de armas favorecían a la URSS, al permitirle a los soviéticos no asumir el coste económico de la carrera armamentística, y sí mantener el equilibrio estratégico que, a su vez, terminaba con las posibilidades de EE.UU. de alcanzar la hegemonía político-militar gracias a la ventaja que les reportaba las superiores capacidades tecnológicas que podían desarrollar. Esta opinión era sostenida, entre otros, por el Director de la Agencia de Control de Armas, Kenneth Adelman; el Subsecretario de Defensa para Asuntos Estratégicos, Richard Perle; y el Secretario de Defensa Caspar Weinberger.

Los neoconservadores se enfrentaban a una dura resistencia en la ejecución de sus planes, tanto del presidente Reagan como del Congreso, surgiendo así la necesidad de convencer a ambos de la realidad de la amenaza soviética. Para lograrlo llegaron mucho más lejos de lo que se pudiera imaginar, prepararon un informe con el que pretendían demostrar la existencia de una organización internacional dirigida desde Moscú, que articulaba, armaba e instruía a la mayoría las organizaciones terroristas que operaban en Occidente (ETA, IRA, Brigadas Rojas, fracción del Ejército Rojo o Baader-Meinhof, etc.). El informe estaba basado en un libro titulado “The Terror Network” (“La Red del Terror”) de Claire Sterling[2], en el que se afirmaba que la URSS era el origen del terrorismo a nivel mundial. Al igual que ocurriera con Pipes y el “Team B”, cuando Melvin Goodman, Jefe de la Oficina de Asuntos de la Unión Soviética en la CIA entre 1976 y 1987, conoció el contenido del informe lo desacreditó completamente, pues el contenido del mismo era radicalmente falso, asegurando que gran parte de la información que contenía no era más que “propaganda negra” promovida por la propia CIA contra los soviéticos.


La CIA dejó de ser un obstáculo para los planes neconservadores cuando se produjo el relevo en su dirección. El nuevo director de la agencia era William Casey[3], que había dirigido la campaña de Reagan a la presidencia en 1980. Cuando se publicó el libro de Sterling, Michael Ledeen lo promocionó desde la revista “National Review”, una revista conservadora, llegando a afirmar tras la caída del comunismo, que casi todo lo que Claire dijo fue confirmado por los archivos de la Stasi que surgieron después del final de la Guerra Fría. Casey simpatizaba con las ideas neoconservadoras, y estaba convencido de que la Unión Soviética coordinaba la mayor parte del terrorismo que asolaba el mundo, dado que la actividad terrorista marxista era una realidad, por lo que a pesar de que los analistas de la CIA le proporcionaron evidencias de que los datos contenidos en el libro eran en realidad propaganda de la propia CIA no los creyó. En parte debido a la publicación del libro, Casey encargó un Informe Nacional de Inteligencia Especial sobre el apoyo soviético al terrorismo en Mayo de 1981, que circuló entre los miembros del gobierno con el título de "El papel soviético en la violencia revolucionaria", en cuyas conclusiones se decía: "La publicación de la red terrorista de Claire Sterling y las selecciones de la prensa han creado un gran interés dentro y fuera de la Comunidad de Inteligencia. Aunque bien escrito y documentado ampliamente, acumulando información de fuentes públicas, el libro es desigual y la fiabilidad de sus fuentes es muy variable. Fragmentos importantes son correctos, mientras que otros son incorrectos o escritos sin atender a detalles importantes. La conclusión de Sterling es que los soviéticos no están coordinando el terrorismo desde un punto central, sino que están contribuyendo a ello de varias maneras."[4]  Este informe fue el que, finalmente, convenció a Reagan de que la amenaza soviética de enfrentamiento bélico era real. A partir de este momento, el nuevo presidente autorizó los proyectos de expansión de las fuerzas armadas de EE.UU. que situarían al país en 200.000 millones de dólares de déficit al término del primer mandato de Reagan,  se incrementó el apoyo a los gobiernos anticomunistas y el presidente firmó un documento secreto que autorizaba la financiación de guerras encubiertas para combatir la amenaza soviética en el mundo. Días después, Reagan habló por primera vez de la URSS denominándolo el “Imperio del Mal”. Los neoconservadores, con la falsa imagen que habían conseguido presentar de los planes soviéticos, habían jugado un importante papel en la configuración de la política exterior de Reagan, y este fue el primer triunfo político real de los neoconservadores. Durante la campaña presidencial habían desencadenado una ola de patriotismo que resultaba en un consenso nacional para el uso de la fuerza en cualquier lugar del mundo, dentro de la visión maniquea de la realidad que implantaron. Estados Unidos estaba listo para presentar batalla a la URSS, pero el éxito de los neoconservadores era tan grande, que lo que comenzó como un mito straussiano tomó vida propia y cambió la percepción que de sí mismos tenían los neoconservadores, que comenzaron a verse a sí mismos como unos “demócratas revolucionarios” que iban a cambiar el mundo usando la fuerza.

Uno de los primeros pasos que dieron para comenzar esa tarea de reorganización del mundo fue la “Operación Ciclón”, un programa en el que la CIA armó y financió a los muyahidines afganos durante la invasión soviética de este país, con el objeto de proporcionar a los soviéticos su propio Vietnam. Cuando las tropas soviéticas fueron derrotadas y abandonaron el país, los neoconservadores creyeron que no sólo habían ganado la batalla en Afganistán, sino que esta derrota había sido el detonante que había desencadenado el desmoronamiento de todo el “Imperio del Mal”. Y este triunfo les confirmó que a través del uso agresivo de la fuerza podían transformar el mundo y extender su idea de la democracia. Sin embargo, esta conclusión ni era cierta, la verdadera razón del colapso de la Unión Soviética no fue la política agresiva de la Administración Reagan sino la ineficacia del sistema soviético para proporcionar a sus ciudadanos un mínimo de nivel de vida y de libertad personal.

Durante el primer mandato de Reagan y los dos primeros años del segundo, los neoconservadores habían impuesto sus ideas y marcado la política exterior de EE.UU. Sin embargo, cuando a fines de 1986 e inicios de 1987 estalló el llamado “Irangate”, la financiación de las guerrillas antisandinistas en Nicaragua a través de la venta de armas a Irán, lo que estaba prohibido por el Congreso, la administración Reagan se vio forzada a un cambio de gabinete del salió favorecido el sector del Partido Republicano que aglutinaba a los conservadores clásicos, apartando a los neoconservadores del poder. 

Los neoconservadores en el final del siglo XX, la posguerra fría y el Nuevo Orden Mundial. 

Al inicio de la presidencia de G. H. Bush, algunos de los neoconservadores que habían ocupado cargos en la administración Reagan reingresaron en la administración, con el objetivo de recuperar la influencia que hasta 1986 habían tenido en la política de Estados Unidos. La caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, forzaron al presidente republicano George H. Bush a reconfigurar la estrategia política de EE.UU. en el escenario de la posguerra fría, para lo que el nuevo presidente proclamó el nacimiento de un nuevo orden mundial en el discurso sobre el estado de la Unión de 1991, diciendo: “Lo que está en juego es más que simplemente un país pequeño [Kuwait]; es una idea grande... un nuevo orden mundial en que diferentes naciones se juntan en una causa común para alcanzar las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y respeto a la ley  (…) Cuando termine todo esto, queremos ser los sanadores. Queremos hacer cuanto podamos por facilitar lo que con optimismo yo llamaría un nuevo orden mundial (…). Por primera vez desde la II Guerra Mundial la comunidad internacional está unida. El liderato de las Naciones Unidas, que en un tiempo era solo un ideal anhelado, está confirmando ahora la visión de sus fundadores. (...) Por lo tanto, el mundo puede aprovechar esta oportunidad para realizar la promesa hecha mucho tiempo atrás de que habrá un nuevo orden mundial”. Unas ideas de retorno al multilateralismo de claras referencias wilsonianas, pues la expresión nuevo orden mundial ya se ha había usado en los “Catorce Puntos” del Presidente Wilson propuestos por éste al término de la Gran Guerra para la fundación de la Liga de las Naciones, predecesora de la ONU, en referencia a un pretendido nuevo período histórico en el que los cambios en las ideologías políticas y en el equilibrio de poderes darían lugar a nuevo estado de paz internacional perpetuo. A partir de este momento, la política norteamericana se caracterizó por la reaparición del viejo aislacionismo en el exterior, y en el equilibrio fiscal y la reducción de los gastos de defensa en el interior. 
Toma de posesión de la Presidencia por G. H. Bush
Tras la caída de la URSS, los neoconservadores estaban decididos a seguir adelante con su agenda en pos de un mundo unipolar, pero habían perdido a su principal enemigo cuya existencia les permitía cohesionar a la sociedad ante una amenaza externa, por lo que siguiendo las tesis de Strauss, tuvieron que definir las nuevas amenazas que cohesionarían en el futuro a la sociedad norteamericana. En esta labor de identificación de las nuevas amenazas para la hegemonía de EE.UU. en el tablero estratégico mundial, los neoconservadores redactaron en 1992 la “Defense Planning Guidance” (“Guía de Planificación y Defensa”) para los años 1994 a 1999. Este documento fue redactado por el Comité Selecto de la Cámara sobre la Seguridad Nacional de EE.UU. del que formaban parte Paul Wolfowitz, el entonces Secretario de Defensa Dick Cheney, el también judío Subsecretario de Defensa Lewis ”Scooter” Libby[5], perteneciente al grupo de neoconservadores conocido como “Los Vulcanos”, al que también pertenecía Condolezza Rice, y Zalmay Jalilzald. La principal tesis expuesta era que los Estados Unidos debían impedir por todos los medios la aparición de un nuevo rival estratégico, para lo que debían disuadir a las naciones más avanzadas de desafiar la hegemonía americana. Sin embargo, los neoconservadores estaban en un segundo plano dentro de la nueva administración, desplazados por el equipo de asesores en política exterior de G. H. Bush, formado por conservadores tradicionales herederos de la “escuela realista” de Kissinger, entre los que destacaban el exgeneral Brent Scowcroft, que había sido director de la consultoría “Kissinger Associates” fundada por el exsecretario de Estado, desde la que negoció con diversos gobiernos los intereses de corporaciones como JP Morgan Chase, Coca-Cola, American Express, o Heinz, y James Baker que ya ayudó a dirigir la campaña al Senado del ahora presidente Bush. 

La exclusión de los neoconservadores de las principales palancas del poder no los mantuvo inactivos, sino que les dio la oportunidad de redefinir sus ideas y de elaborar nuevas políticas. En esta labor destacaron  dos jóvenes valores del movimiento como William Kristol y Robert Kagan. La primera aparición de Kagan y William Kristol fue un artículo publicado en la revista “Foreign Affairs” en 1996, con el título de “Hacia una nueva política exterior neoreaganista”, en el que exponen que el objetivo que debería perseguir Estados Unidos en el futuro, es el de convertirse en una potencia hegemónica mundial,  con una política exterior de gran presión sobre los regímenes políticos enemigos. Tanto Kagan como Bill Kristol creían que la fuerza es la única forma de asegurar la libertad en todo era planeta, en lo que enlaza con el ideal del wilsonismo, aunque carente de instituciones internacionales que puedan limitar el ejercicio del poder por los EE.UU.


Robert Kagan
El ensayo de Robert Kagan aparecido en el número 113 de la revista “Policy Review” bajo el nombre de “Poder y Debilidad”, más tarde ampliado hasta formar un libro, definía la política que los EE.UU. debían seguir respecto del continente europeo. Kagan concebía a la Unión Europea, y no le faltaba razón,  como una estructura inexistente desde el punto de vista militar y por lo tanto político, con poca voluntad de asumir el coste de comprometerse en los asuntos mundiales, lo que le resta peso real. Una sociedad totalmente dependiente y posthistórica, nacida del modelo propugnado por “La Paz Perpetua” kantiana, lo que configura a Europa como una sociedad con aspiraciones racionales propias de los más débiles, cuya debilidad radica en el rechazo al uso de la fuerza en defensa de sus valores e intereses.

En cambio, los Estados Unidos eran un poder militar único en la historia, que tenía voluntad política y capacidad para asumir el coste de la misma. Una voluntad de poder innegable desde la que se concebía un sistema internacional hobbesiano, en el que la fuerza militar es la única capaz de transformar a todos los Estados en democráticos, extendiendo su idea de libertad a todos los sectores del globo. Desde esta reformulación de sus ideales, los neoconservadores se mostraron críticos con la política exterior de los EE.UU. durante toda la década de los noventa, rechazando tanto la política de G. H. Bush como de  W. Clinton, a los que criticaron por reducir el gasto de defensa y por su multilateralismo, que en el caso de G. H. Bush, se vio reflejado en la búsqueda de una gran alianza internacional para apoyar la acción militar sobre Irak a través de la Carta de Naciones Unidas, entre otras medidas.

Estas críticas alcanzaron su cénit cuando Robert Libby y Paul Wolfowitz propusieron el derrocamiento de Saddam Hussein tras la Primera Guerra del Golfo de 1991, a lo que se negó G. H. Bush. La operación “Tormenta del Desierto” concluyó dejando a Saddam Hussein en el poder, con una decisión realista, pues a los EE.UU. le interesaba el equilibrio regional a largo plazo, más que una implicación militar de consecuencias incalculables. Algunos neoconservadores vieron en esta política, y en la decisión de no apoyar a los grupos rebeldes del interior de Irak contra Saddam, como los kurdos o los chiitas, como una traición a los valores de la democracia americana. Para Paul Wolfowitz esta decisión era la consecuencia de la corrupción de los valores que dominaba a los Estados Unidos. Una consecuencia más de un relativismo moral inaceptable si la “libertad” quería sobrevivir en América y en el mundo, al que se sumaba el conocido “síndrome de Vietnam”, que mantenía una fuerte resistencia social y política a implicarse en un conflicto que causara bajas en las tropas americanas.

Tras la retirada de Irak, los neoconservadores no detuvieron su actividad, Wolfowitz y su por entonces asistente Lewis ‘Scooter’ Libby, redactaron el informe denominado “Doctrina Wolfowitz”, en el que establecían su proyecto de política exterior sobre la base del unilateralismo, incluyendo el ataque preventivo a otras naciones para la eliminación de amenazas potenciales. Obviamente, no estaba previsto que este informe fuera del dominio público, pero fue filtrado al “New York Times” en 1992, levantando una enorme polémica en los medios de comunicación sobre la definición de la política exterior y de defensa que debía seguir el país.

Con la llegada a la presidencia de William Clinton en 1993, muchos neoconservadores trataron de influir en la política exterior del nuevo gobierno sin éxito, llegando incluso a urdir varias campañas difamatorias en los medios de comunicación respecto de la agitada vida sexual del presidente Clinton, con el objetivo de atacar de forma indirecta sus políticas. Ejemplos de ello son el “escándalo Whitewater”, las acusaciones de acoso sexual a Paula Jones, a Kathleen Willey o a Juanita Broaddrick, todas ellas orquestadas desde los medios de comunicación partidarios de los neoconservadores, que posteriormente falsas. Sin embargo, finalmente tuvieron éxito en su objetivo de dañar la imagen de Clinton con el conocido escándalo sexual de la becaria judía Mónica Lewinsky. 


Desalojados del poder que habían ocupado durante la era Reagan, los neoconservadores straussianos encontraron refugio en las fundaciones neoconservadoras. Era un momento decisivo, pues los “thinks tanks” analizaban intensamente el orden internacional nacido del final de la Guerra Fría y los equilibrios de fuerzas resultantes, en busca de un nuevo diseño del poder que condujera a la hegemonía absoluta y definitiva de los E.UU. en la esfera internacional. En la “Olin Foundation” Francis Fukuyama, antiguo alumno de Allam D. Bloom, planteaba la polémica sobre el “Fin de la historia y el el último hombre” recuperando los argumentos y tesis de la ya antigua controversia entre Kojève y Strauss; al que respondía Samuel Huntington con su teoría del “Choque de Civilizaciones”, con la que anunciaba un siglo XXI marcado por el renacimiento de los conflictos raciales, religiosos y culturales que conforman las distintas civilizaciones en conflicto por unos recursos cada vez más escasos, sustituyendo a los ideológicos del siglo XX.

Ante el vacío de poder que se alzaba frente a los EE.UU. los neoconservadores miembros de la AEI y de otras fundaciones, pusieron en marcha el “Project for a New American Century” (PNAC) (“Proyecto para el Nuevo Siglo Americano”), que ya al final de la presidencia de Clinton, propuso a éste su modelo de política unilateral y hegemonista. Partiendo de la “Doctrina Wolfowitz”  ya mencionada, William Kristol junto con Robert Kagan fundaron en 1997 esta nueva organización. Estaban convencidos de que “el liderazgo americano es bueno para Estados Unidos y es bueno para el mundo. Defendemos una política ‘Reaganiana’ de fuerza militar y claridad moral (…) Nos proponemos levantar la bandera y reunir apoyos para el liderazgo global americano (…) Necesitamos aceptar la responsabilidad por el rol único que América tiene en la preservación y extensión de un orden internacional propicio a nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestros principios”, tal y como proponían en su “Declaración de Principios”, a la que se adhirieron los principales intelectuales y políticos derechistas del momento, entre los que destacaban Paul Wolfowitz, Richard Perle, Francis Fukuyama, Scooter Libby, Paul Bremer, John Bolton, Dick Cheney o Donald Rumsfeld. Muchos de los adheridos a esta declaración, enviaron en 1998 una carta abierta al por entonces presidente Clinton en la que argumentaban a favor de la invasión de Irak. Cinco años después, ellos mismos estaban al frente de la invasión: Dick Cheney como Vicepresidente, Donald Rumsfeld como Secretario de Defensa, Paul Wolfovitz como Subsecretario de Defensa, Zalmay Khalilzad como enviado del Pentágono, Elliot Abrams como Director para Asuntos del Oriente Próximo en el Consejo de Seguridad Nacional. También publicaron el documento titulado “Reconstruyendo las defensas americanas: Estrategias, Fuerzas y Recursos para un Nuevo Siglo”, en dónde exponían la necesidad de un elemento catalizador para unificar la voluntad social alrededor de sus ideas, un hecho  transcendente de reminiscencias míticas que cohesionara a la sociedad frente a un enemigo común síntesis del Mal absoluto, tal y como ocurrido durante la etapa de Reagan al final de la Guerra Fría contra la URSS, que predispusiera a la sociedad a aceptar el uso de la fuerza. Un nuevo “Pearl Harbour”. 

En el año 2000 Robert Kagan y William Kristol publicaron su libro “Present Dangers: Crisis and Opportunity in America's Foreign and Defense Policy”[6] en el que expresaban su certeza de que con el fin de la Guerra Fría, “el mundo, en efecto, se había transformado”, haciéndolo, además, “a imagen y semejanza de Estados Unidos”. Argumentaban que, con la desintegración del imperio soviético, Estados Unidos había alcanzado una posición de superioridad “sin paralelo desde que Roma dominó al mundo mediterráneo”. Para mantener esta posición excepcionalmente ventajosa, Estados Unidos simplemente necesitaba deshacerse de cualquier reticencia para ejercer lo que en 1996 en el artículo de publicado en la revista “Foreign Affairs” ambos autores habían llamado la “hegemonía global benevolente”. Para utilizar ese gran poder, proponían una estrategia amplia de cambio de regímenes “en Bagdad y Belgrado, en Pyongyang y Beijing, y allí donde los gobiernos despóticos adquieran el poderío militar para amenazar a sus vecinos, a nuestros aliados y a Estados Unidos mismo”. Los neoconservadores también se agruparían en torno al “Equipo Azul” para definir la política exterior de EE.UU. respecto de Asia, un grupo de intelectuales y políticos que defendía la confrontación con China y un fuerte apoyo tanto militar como diplomático a Taiwán.



[1] Velásquez, Kelly; “La Nueva Doctrina Reagan”. Revista “Semana”, Bogotá, 26 de Mayo de 1986. 
[2] Publicado por la editorial Henry Holt & Company. Nueva York, 1981. 
[3] William Joseph Casey (13 marzo 1913-1987) fue un político republicano de los Estados Unidos y director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desde 1981 hasta 1987. Se graduó en la Universidad de Fordham en 1934 y obtuvo una licenciatura en Derecho de St. Universidad de John Facultad de Derecho en 1937. Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) -el predecesor de la CIA- donde llegó a ser jefe de su rama de la inteligencia secreta en Europa. Fue galardonado con la Medalla Estrella de Bronce por logros meritorios. Fue jefe de la campaña presidencial de Ronald Reagan en 1980, y formó parte del equipo de transición después de la elección. Ronald Reagan lo utilizó entre otros católicos prominentes en su gobierno, para informar al Papa durante la Guerra Fría. Con este motivo voló en secreto a Roma para informar al Vaticano. Como Director de la CIA supervisó la expansión de los servicios de inteligencia, su financiación y recursos humanos, que llegaron a ser muy superiores a los existentes antes de la anterior Administración Carter. Durante su mandato, se levantaron las restricciones sobre el uso de la CIA para influir de forma directa y secreta en los asuntos internos y externos de los países relevantes para la política estadounidense.  En este período de la Guerra Fría se produjo un aumento en actividades antisoviéticas globales de la Agencia, que se iniciaron bajo la Doctrina Carter a finales de 1980. Supervisó la ayuda encubierta a los muyahidines resistencia en Afganistán , con un presupuesto de más de mil millones de dólares, al trabajar estrechamente con Akhtar Abdur Rahman, el Director General de Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán. También supervisó la asistencia al sindicato polaco Solidaridad. Se le asocia con una serie de golpes de Estado e intentos de golpes de Estado por todo el continente americano. Casey era católico y miembro de los Caballeros de Malta. 
[4] Agencia Central de Inteligencia. Informe Especial de Inteligencia. Estimación Nacional de Apoyo soviético al terrorismo internacional y la violencia revolucionaria. SNIE 11/2-81. 27 de mayo 1981. 
[5] Lewis Libby nació en 1950 en una acomodada judía familia de New Haven, en Connecticut. Su difunto padre, Irving Lewis Liebowitz, fue un banquero de inversión de éxito. Se graduó en Leyes en la Universidad de Yale. Como abogado defendió los intereses del empresario judío amigo del Rey Juan Carlos Marc Rich, condenado por evasión de impuestos y comercio ilegal con Irán, entre otros. Dio comienzo a su carrera política en el Partido Demócrata apoyando la candidatura de Michael Dukakis, y más tarde se pasó al Partido Republicano. Durante la administración de George H. W. Bush, Libby fue confirmado por el Senado de los EE.UU. como Subsecretario Adjunto de Defensa, cargo que desempeñó entre 1992-1993. En 1992, también fue asesor legal para el Comité Selecto de la Cámara sobre la Seguridad Nacional de EE.UU. y Las preocupaciones militares/Comercial con la República Popular de China. Libby fue en 1992 coautor del borrador de la “Guía de Planificación de Defensa” para los años fiscales 1994 a 1999 junto con su protector Paul Wolfowitz y por Dick Cheney, que era entonces secretario de Defensa. En 1993 Libby recibió el Premio al Servicio Distinguido del Departamento de Defensa de EE.UU. y el Premio al Servicio Público Distinguido del Departamento de Estado de los EE.UU. Libby era parte de una red de neoconservadores conocidos como los "Vulcanos" -sus otros miembros eran Paul Wolfowitz, Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld. En 1997 fue signatario a la "Declaración de Principios" del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), del que eran cofundadores William Kristol y Robert Kagan, participando en la elaboración de la memoria del PNAC de Septiembre 2000 titulada "Reconstruyendo las Defensas de América: Estrategia, Fuerzas y Recursos para un Nuevo Siglo". Ya durante la presidencia de G. W. Bush, reveló información clasificada sobre la identidad de Valerie E. Wilson (Valerie Plame), esposa del periodista crítico con la guerra de Irak, Joseph Wilson y agente encubierto de la CIA, a la reportero del New York Times Judith Miller, lo que trató de ocultar. Fue condenado por estos hechos como responsable de dos delitos de perjurio, uno de obstrucción de la justicia y otro de falso testimonio en una investigación federal, siendo indultado por G. W. Bush, lo que fue considerado un  abuso de las facultades del cargo presidencial por este último. 
[6] Existe edición  en español: William Kristol, Robert Kagan (et alii); “Peligros presentes”. Editorial Almuzara, 2005. 190 páginas.

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